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¿Cicloturista o cicloviajero?

Hubo un tiempo en el que, con relativa frecuencia, me preguntaban si cuando me movía por el mundo con la bici y sin billete de vuelta, me consideraba turista o viajero. Era una época en la que la frontera entre ambos conceptos se establecía de forma tácita entre los que se marchaban de vacaciones con un plan preestablecido por una agencia y los que se compraban un billete de avión y se organizaban el tour por su cuenta, dibujando el itinerario y escogiendo los alojamientos y restaurantes sobre la marcha, en función de las referencias de unas guías de viajes que se actualizaban, en el mejor de los casos, de un año para otro. Hoy, que todo se puede comprar y decidir a través del smartphone, el umbral es mucho más difundido.

El sociólogo Rodolphe Christin, que ha estudiado y escrito mucho sobre el fenómeno del turismo, sostiene que «el turismo es el anti-viaje». También dice que viajar implica un intento de investigación casi filosófica, del conocimiento de uno mismo, de los demás y del mundo. El turista, en vez de querer entenderlo, lo que intenta es olvidarle.

Cuando le preguntan si hay esperanza, Rodolphe Christin apunta una única salida: dar mayor importancia al trayecto que al destino. Según él, deberíamos empezar el viaje a la puerta de casa e ir siempre a pie o en bicicleta.

Siempre he pensado que viajar a pie o en bici facilita sentirse viajero. Senderistas y ciclistas avanzamos a una velocidad que nos permite fijarnos más en los detalles –y con todos los sentidos–. Por otro lado, disfrutamos de una autonomía bastante limitada. No podemos cargar vituallas por muchos días. Dependemos de pozos, fuentes, pueblos. Bebemos el agua que bebe la gente del país. Comemos lo que come la gente del país. Pasamos frío. Calor. Sufrimos el viento de cara. Dolor de pies. Nos fatigamos. Somos criaturas débiles y vulnerables que pueden despertar cierta compasión entre la población anfitriona, especialmente si viajamos solos. Todo ello favorece el contacto con la gente, que es quien realmente hará que nos sintamos turistas o viajeros.

Según Rodolphe Christin, cuando una región es transformada en destino turístico, el anfitrión asume el rol de prestamista de servicios. En consecuencia, la población ve al turista, básicamente, como un consumidor. La hospitalidad inherente de los pueblos hacia el forastero –que siempre he encontrado una prueba de curiosidad mutua– se transforma en mera transacción.

En esta realidad, el viaje solo encuentra espacio para germinar en las estrechas rendijas, a menudo accidentales, que aparecen de vez en cuando en el muro uniforme de los planes perfectos.

Viajar implica asumir riesgos. Salirse de los caminos más trillados. Tener flexibilidad para cambiar de rumbo todos los días. Solo así el viaje se llena de imprevistos, sorpresas y, por tanto, de sentido –viajero–.

Sergi Fernández Tolosa, periodista y viajero, es autor de varios libros de travesías en bicicleta. En su web www.conunparderuedas.com publica algunas de sus inspiradoras escapadas.

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